Empecé a escribir esto el lunes 21 de Octubre, en plena cuenta regresiva para las elecciones, en 7 días, el país habría cambiado nuevamente. El domingo habría aluviones de emociones: desde lágrimas de alegría y furia hasta indiferencia absoluta, desde abrazos hasta discusiones y quizá, seguramente, también peleas. Pero otros como yo pensarán también en las fiestas y las vacaciones por venir, en el año que sumamos a las vitrinas y el balance que hacemos de él; o en las hojas de los estudiantes que, tal cual a mi me sucedía, muchas veces ponemos la fecha del año pasado al inicio de las clases en un año nuevo, como si se tratase de una cierta inercia temporal.
Sin embargo, hay tantas cosas cuyo desenlace está tan abierto a las probabilidades y avatares del contexto. Puedo citar las notas de las materias, si se promociona, se va a final, se recupera, o se recursa -Dios o San Expedito no lo permitan- o el futuro mismo del país que si bien parece estar pronto en manos del Frente de Todos, y de Alberto Fernández para ser más directo, aún tiene muchas aristas e incertidumbres respecto a las políticas que implementará el nuevo oficialismo, la reacción de los mercados a ellas, la reacción del pueblo y la composición en ambas cámaras del Congreso para el legislativo.
Las expectativas no son buenas en lo absoluto y, para adentrarme más en el tema del post, la incertidumbre es tan odiosa para el empresario y potencial inversor como el BCRA lo es para Javier Milei. Ahuyenta toda posibilidad de inversión racional, dejando solo margen para un pequeño juego de azar «en la timba» o el humor con que uno se levanta de la cama, diciendo: «hoy es un buen día para invertir» y se crea o halla los motivos para justificarlo. Algo a lo que Keynes puso un nombre: los «animal spirits«.
Y si encima de esta niebla en el ambiente la sensación general de los argentinos y del mundo -en su mayoría- es que Argentina la tiene muy difícil para salir de un ciclo de casi 45 años de mediocridad -desde el Rodrigazo, aunque podría ser desde el Golpe del ’66 y Krieger Vasena-, bueno, el resultado o panorama no es alentador, menos para quien tome el volante del país.
Así pues la inversión aparece en Argentina como una palabra bonita con un significado casi distinto al que lleva en otras latitudes con economías relativamente estables, algo casi utópico, una promesa vacía que nunca vemos en materializada en la práctica pero escuchamos seguido en los discursos.
Acá juguemos a lo seguro, no salgamos de las empresas de consumo masivo, servicios, de la obra pública, Mercado Libre y alguna que otra cosa más, apostemos a los rebotes y después «shorteemos«.
Hoy, ni siquiera los bonos dan seguridad al inversor. Estando en los niveles de default selectivo en que nos encontramos ahora el plazo fijo se convirtió en la chance más real de inversión para el argentino promedio, sin malos rendimientos y con las garantías de los bancos con el respaldo del BCRA.
Un negocio, «mmme», parece poco rentable comenzar uno ahora dadas las condiciones y circunstancias. Los microemprendimientos están sufriendo mientras se debate por reformas a la seguridad social y beneficios impositivos a las PYMEs, que sean más justos para ellas.
Y casi olvido el mal considerado instrumento de inversión por excelencia, «San Dólar», cuando a lo mucho puede ser una forma de ahorro, sobre el cual tristemente yace la única certeza que la mayoría tiene y más triste aún es que hay motivos para creer en ello: el dólar va a subir.
Siempre es momento para comprar, habrá mejores o peores «timings» pero nunca no es una opción. Lo dicen abuelos, padres e hijos que viven sucesiones de devaluaciones e inflaciones crecientes o, cuanto menos, difíciles de erradicar, como esos mosquitos inmunes a los repelentes o las cucarachas capaces de sobrevivir a una explosión nuclear.
Hay algo llamado «el péndulo argentino» que habla de esto -aunque no leí mucho al respecto en verdad- pero igual se puede llegar a una conclusión por uno mismo sin leer un estudio demasiado complejo ni una enciclopedia que lo demuestre, solamente observando la realidad, algo muy importante en nuestros días.
En suma: si hay inflación, que se denota con la letra griega Pi en economía -dato de color-, necesitamos devaluar para ser competitivos respecto a productos del exterior, dado que al incrementarse los precios, suben los costos de los insumos (salarios, servicios, combustible, etc.) y por tanto también los precios de los productos que vendemos (dentro o fuera del país).
Si el empresario debe pagar más para producir una unidad de su producto (bien o servicio) aumentará el precio de sus productos para mantener sus márgenes de ganancia, con lo cual, nos encarecemos, suben los precios relativos (precios de un bien en términos de otro bien) de nuestro país con respecto a los de afuera, por ende se hace necesaria una devaluación que nos permita obtener los dólares de los que nuestra economía está ávida; similar a como nuestro cuerpo y el de otros organismos necesitan de oxígeno para vivir.
Ojalá nuestras máquinas hiciesen dólares, pero bueno, es casi seguro que eso no va a suceder jamás. Fue solo un momento de imaginación, permítanme divagar un poco.
Hecha la devaluación, los argentinos, y los latinoamericanos en general, sabemos muy bien cómo sigue el cuento: los precios vuelan. Combustibles, alimentos, ni hablar de aquellos sectores dependientes de insumos importados como la industria automotriz, la que se dedica a producir y vender máquinas como cosechadoras o dispositivos como celulares, tablets, notebooks, etc… Y la lista sigue con alquileres, prepagas, transporte público y hasta Uber probablemente-perdón Cabify-; nadie quiere quedarse afuera de la actualización de precios.
Pero los salarios juegan en otra liga, esos no aumentan, son buenos y aceptan la pérdida de poder adquisitivo, son sumisos, luchan un poco, quizá consigan un aumento, nominal, pero no real. Sucumben, incluso aveces son testigos de flexibilizaciones laborales (Ecuador 2010 por ejemplo) más o menos explícitas.
En términos de pujas distributivas -una de las formas empleadas en macroeconomía para ver la relación de los salarios reales y el producto (PIB)- se dice que el poder de los sindicatos es menor, y por tanto no se negocian salarios acordes a la inflación o, según el llamado caso keynesiano, simplemente los trabajadores no conocen cual será el incremento exacto de los precios y le pifian al negociar (p>pe), osea que los precios son mayores a los esperados, en contraposición al caso clásico que supone que los trabajadores conocen exactamente cuál sera el aumento en los precios, cual astrólogos o pronosticadores del clima, es decir p=pe. Y eso que ni siquiera estos aciertan siempre.
Pero si a la inflación le sigue la devaluación, y esta a su vez, es causa de inflación, nos encontramos en un ciclo vicioso de «m» que no va para atrás ni para adelante, que no avanza en ninguna dirección ni sentido: un péndulo.
Entonces el dólar no falla, si compramos estamos jugando a la segura, más que un bono que vence el año que viene (2020) y no cuenta con el respaldo de un desembolso del FMI.
Dejando de lado el plazo fijo, que no es una opción para alguien que carece de cuenta corriente -a menos que le prestes plata a alguien que si tiene cuenta y esa persona la deposite y te devuelva los intereses, algo que no pediría a nadie ni tampoco sé si alguien aceptaría- parecen pocas las opciones de inversión que devuelvan un retorno tan amigable y simpático como la moneda «yanqui». Yo, que trabajo informalmente hace casi 4 años -no me malinterpreten, me gusta mi trabajo, sobretodo la gente con quien trabajo, pues es algo casi familiar- no puedo ir al banco y poner un plazo fijo ni ir a un broker, abrir una cuenta e invertir en la bolsa cual león pasea en la pradera. Menos aún comenzar un microemprendimiento del tipo PYME debido a los papeles y requisitos que piden, si bien esto no pasó por mi cabeza de momento, a falta de una idea.
Lo de la bolsa si es algo que me atrae, de hecho hice un programa de capacitación en un broker conocido que se jacta de cobrar las menores comisiones del mercado y me gustó, no tanto como para ser fanático -odio los fanatismos- pero sé que es una herramienta válida de la que poca enseñanza recibimos y que puede ayudar a llevar una vida más aliviada de presiones económicas, si se forma uno al respecto y es cauteloso en sus decisiones. Sé que tengo aún mucho para aprender de la bolsa pero el programa me sirvió, así que pronto empezaré repasando lo visto en los cursos y practicando en un simulador en tiempo real.
Pero eso será después porque ahora les voy contar las dos -tres si me permiten la observación que haré más adelante- cosas que hice para cuidar mi bolsillo, siendo que no tengo una jornada establecida en mi trabajo -lo que está bueno por la flexibilidad a la hora de estudiar- ni tampoco una remuneración fija.
- Comprar dólares, pero prestando atención al timing.
- Cambiar dólares (sabiendo que voy a gastar una parte), prestando atención al timing.
- Un presupuesto. Fue lo primero que hice y probablemente lo que más recursos me provea en el largo plazo.
Antes de mencionar y analizar cada una en particular, quiero hacer una mención especial a algo tan simple y fácil de leer pero que me ayudó muchísimo, además de leer notas y artículos en internet de diversos medios gráficos: el REM o Relevamiento de Expectativas de Mercado.
Este documento abierto al público es publicado por el BCRA en los primeros días de cada mes y cuenta con información recopilada de analistas locales y extranjeros acerca de sus predicciones para las principales variables macroeconómicas del país (inflación, PIB, tipo de cambio, gasto, etc.). Se hace una comparativa con sus predicciones del mes pasado y así se actualizan los nuevos valores. Con un margen de error no cuantificado, como suele pasar con cualquier otra estimación de un valor futuro, de esas que abundan en la economía.
Les recomiendo leerlo si que quieren hacerse una idea de lo que los analistas y las consultoras -la mayoría bancos y empresas muy conocidas como Banco Galicia y J.P. Morgan por ejemplo- esperan de la economía; si mienten o no son totalmente honestos es un tema que desconozco. La lista de participantes, documentos y consideraciones las pueden hallar en: http://www.bcra.gob.ar/PublicacionesEstadisticas/Relevamiento_Expectativas_de_Mercado.asp
Dicho esto, continuaré con el primer caso:
1. Vacaciones de invierno, receso de la facu, puedo trabajar más, ahorrar más y qué hago si no me llama la atención comprar como hobby -si me sobraría quizá si- ni puedo hacer las cosas que mencioné antes. Dólar, eso voy a hacer. Voy a comprar. Un monto pequeño al menos.
En esos momentos, en Junio si mal no recuerdo, rondaba alrededor de $44 y sabía por el REM que a fin de año se esperaba en $51 aproximadamente, era un margen de ganancia de 15, casi 16%. No estaba mal aunque fuese mínimo dada la cantidad, dado que sabía por leer en internet alguna que otra nota y artículo, que la estabilidad que en ese breve momento había encontrado el dólar podía cambiar en las PASO, el 11 de Agosto podía ser un quiebre.
El momento era ese, antes. Todos sabemos lo que pasó después. Ni el más pesimista oficialista hubiera predicho esos resultados. Las expectativas se fueron por la borda, el dólar fluyó, la represa se rompió y arrasó con todo a su alrededor: las bandas de «no intervención»/intervención, las reservas del BCRA, el sueño de desacelerar la inflación, todo. El riesgo país tomó valores que pronosticaban un default y todo lo demás…
Más que un quiebre, se quebró la economía.
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